La luz en
su ocaso.
La noche
desierta.
El búho
en el bosque
atento al
sonido
que llega
de lejos,
sus ojos
alerta.
Se oyen
rumores.
Las hojas
del chopo
esconden
temores.
Un
ciempiés adusto
acciona
sus patas
y calza
zapatos
de nácar
y plata.
Los ojos
del topo
brillan
en las sombras
lo que no
se nombra
es su
hociquito
que
husmea el aire
para
cerciorarse
que algún
murciélago
llegue a
estorbarle.
La noche
cerrada
de luna
menguante,
parece
encantada.
El canto
del búho
de ojos
abiertos
atentos y
prietos
es
monotonía.
En el
alma mía
no hay
desconcierto.
Es un
mundo abierto
a la luz
que emana
-cuando
la miramos-
y que
llega siempre
con la
noche oscura.
La noche
es locura
del
dormir despierto
de buscar
la luna
que hasta
el lago llega
a pulir
escamas
platear
aletas,
de los
peces bobos
y de los
más hábiles.
Vemos las
estrellas
lucientes
y bellas
que nos oculta
el Sol.
Es un
hecho raro
que
cuanta más luz
más apabullante
es lo que
perdemos.
Lo que la
negrura
oculta y
esconde
es lo que
ignoramos
y no
tiene nombre.