Tenía Mariquita cinco años.
Unos ojos de color castaño, con matices
igual a las almendras crujientes y tostadas.
Y enseñaba al reír todos sus dientes.
Dos trenzas cortas y mal hechas,
rematadas
con dos lazos mariposa
que, cada día, su cariñosa madre
lavaba y planchaba con esmero.
Se acababa de librar la incivil
contienda.
Y
era un milagro tener una vivienda
en
Madrid.
Al sótano trasero de una casa
que tenía un patio muy pequeño
arribó Mariquita con sus sueños.
Las paredes del patio –algo foscas-
de un blanco deslucido y azulado
fueron enjalbegadas,
con el apoyo fiera de dos brochas,
por su madre y su hermana Trinidad
que acabaron maltrechas, doloridas,
y
sufrieron tremendas agujetas.
Aquellas paredes tan blancas
que lucían al resol de los balcones,
azuzaron la primera inspiración de
Mariquita:
su bizarra vocación a la pintura.
Toda aquella gama de rayados negros y
azulados
pusieron en el disparadero las iras de su
hermana.
Sin embargo, su madre –madre al fin-
llegó a la conclusión –muerta de risa-
que su pequeña tenía gran talento para la pintura.
Y fuera ya, en las paredes del patio o en
los suelos,
cada borrón, cada trazo en espiral, cada
maraña,
era una muestra evidente del desarrollo
de una artista.
Alcalá de Henares, 5 de agosto de 2014
JUEGO DE LA PALABRA DADA
PALABRA:
PATIO
DADOR:
VICTORINO, DEL CENTRO DE MAYORES DE USERA