Cómo añoro tu voz, casi
caricia,
y, sin pensarlo, salgo a
tu encuentro.
Pero, debes saberlo, no he venido
a mendigar por ti: tu amor
es un agravio
marcado, a hierro candente,
en mi almario.
Deseo preguntarme una vez
más
¿qué color tienen tus ojos
cuando amas?
¡El color que tienen de
verdad!
A veces veo en ellos el
tibio color de las caricias
y otras, altivez de gallo
justiciero.
Del dorado otoño al
invierno más fiero.
Me intimida mirarlos; y es
por eso
que mi corazón siente
desamparo
y me apena ver mis pasos
vacilantes,
la cabeza inclinada hacia
el suelo,
el gesto de cansancio de mi
boca
y la mirada perdida en un
recuerdo…
La noche ha vuelto
y se ha posado en mis recuerdos.
No, no he venido a
mendigar tu amor.
Solo deseo descubrir ahora
ese color.
Me marcho. Tras de mí
quedan las sombras
y el tronco del último
árbol del camino
sobre el que me apoyé para
mirarte.
Una esencia apresada tiene
el aire
que recuerda a la flor de
los azahares
y eso es todo lo que queda,
ya marchito,
del camino que emprendí
para encontrarte.
Alcalá de Henares, 1o de junio de 2013
Texto e imágenes realizadas por Franziska