
Mi generación y, otras que llegaron
prosiguiendo su camino tras el mío,
fue como ahogarse minuto a minuto,
día a día, en la falacia y la hipocresía.
¡Nacer espiga donde reina la cizaña!
Pretender respirar: una hazaña era.
El miedo al ¿qué dirán? nos oprimía.
Así, aprendimos que el orgullo
era el timón al que asirnos en la vida.
Éramos la piedra en el cauce del río
que incólume parece resistir la marcha
de las aguas en su eterna andadura
pero que convertían, en el fondo,
nuestras ansias de hallar la libertad
en impalpables partículas de arena.
Estabas condenada -si llegabas al mundo
disfrazada de flor de bajo precio o sin olor-
a vivir para siempre postergada
y a escuchar: ¡no vales para nada!
Mujer cuya belleza no intimida a un varón,
ha de aceptar, por obvio, su destino de esclava
y ha de reconocer, eternamente, tal favor.
El hombre –es e vidente- se r i n d e
ante la espléndida belleza de la rosa
mas, al poco tiempo, el corazón aparta
si los suaves pétalos se secan y deshojan.
Cuando el camino del amor incierto
desplazaba a una mujer, como a un objeto,
impedía, también, que realizara su vida
buscando una nueva en otro puerto.
Raitán
Alcalá de Henares, 31 de marzo de 2008