En principio, la palabra oquedad
nos conduce al concepto de hueco,
éste al espacio infinito
y a los agujeros negros.
Ahora, de pronto,
me pasma la conclusión
de que nuestra boca
solo es una hendidura:
una puerta.
Una abertura que conduce
-tras pasar la dentadura-
a un túnel subterráneo
que termina en una fosa.
Si tú tienes en tu rostro
un hoyuelo muy gracioso
y lo miras fijamente
verás, que tienes un surco,
un bache o un socavón
en tu piel resplandeciente.
Esa elección, a tu gusto…
Se instalan en nuestra nariz
dos ventanas siempre
abiertas.
Son la entrada a las cavernas
donde se gestan catarros,
gripes y algunas amigdalitis.
Antesala acogedora
donde se filtran los aromas de las flores,
del café y del pan recién
horneado,
el apetitoso olor de los
asados,
las fragancias del limón, la
canela,
albahacas y hierbabuena.
Otras veces, el tufo que se
expande
cuando algo se quema y no
arde.
Más, ¡ay! hay otros hedores tan fieros
que nos harán salir
corriendo.
Así, buscando sonidos
que nos hablen de oquedades
hemos llegado algo confusos
a pensar en los oídos:
Una hondonada que tiene
una trompa, un martillo
y un cerumen amarillo,
nos conduce a los ecos
porque oír más o menos
todos oímos pero, escuchar,
lo que se dice escuchar…
esto no nos llega al cerebro:
porque creo que se pierde
en los corredores del ego.
Concluyo, en esta hucha,
no entran los ojos
porque te miro y me ves:
están tras de un cristal que refleja
este mundo del revés.
Alcalá de Henares, 10 de
noviembre de 2018
Texto realizado por Franziska
para
EL JUEGO DE LA PALABRA DADA
PALABRA: OQUEDAD
DADOR: ISAAC
DAVIS, autor de dos blogs: