
Si naciste desnuda,
es algo que aún ignoro.
Tengo mis dudas:
siempre hay alguien que afirma
que partimos de cero.
Que ningún bagaje acompaña
nuestra desconcertante
entrada en este mundo.
Pero sé que arribaste
con tu inocencia intacta.
Eso es seguro.
Llegaste del reino del silencio
a integrar tu vida
entre millares de sonidos.
El más amado y hermoso fue una voz:
un sonido que arrullaba y regalaba amor.
¡La primera necesidad agobiante que saciar!
Esa primera congoja rompió en llanto.
Alguien pensó: ¡qué fuerte es!
¡Con qué energía llora!
Y ese cuerpo que no paraba de crecer
recibió el alimento, el abrigo y la ternura.
¡tenías una madre en quien creer!
Se hizo la luz un día y, a tus ojos,
llegó un rostro. No tuviste dudas
aquella imagen era Ella
y tú sólo una rama florecida de su tronco.
A través de tus sentidos, poco a poco,
aceptaste este mundo como es
y aún –perdida la inocencia-
tu alma se ilumina y maravilla
¡con la singular belleza de la Tierra!
Tú quisieras llegar al Paraíso.
Y si existe ese lugar
-tras la nada en que el cuerpo, sin duda, se transforma-
de nuevo, madre, estarás allí para albergar mi alma.
En un mundo no inquietante: perfecto;
más allá del tiempo que medimos los humanos;
con más luz y una energía eterna
que nos deje saciar esa ansia de amor que nos ahoga.
Entretanto, madre, mi corazón te llora.
El dolor de tu ausencia me devora.
No hay vacío más grande ni abismo más profundo
que el alejamiento de tu luz y tu sosiego.
De esa paz que esparcías:
que no puedo olvidar y siempre añoro.
Es un dolor que rompe mis entrañas
que surge de la duda y la esperanza.
Alcalá de Henares, 3 de Mayo de 2009
Texto e imagen de Franziska